Silencios by A. G. Howard

Silencios by A. G. Howard

autor:A. G. Howard [Howard, A. G.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Fantástico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-31T16:00:00+00:00


17

Una colección de cuerpos y conciencias

En las tierras bajas del desfiladero, donde la ceniza era más fina y la sombra más intensa, el colectivo Mortaja se preparaba para un festín. Había pasado mucho tiempo —tres largas semanas— desde que habían probado la carne por última vez. Pronto acabaría su sufrimiento. El paje que se había escapado cinco años antes estaba a punto de caer en su trampa de nuevo. Desde la distancia, parecía encontrarse en el mismo estado que el día en que llegó al desfiladero por primera vez en aquella caja de pino, con la ropa hecha trizas que conjuntaba con su piel magullada: olvidado y roto. El candidato perfecto para su trampa. La señora Penumbra empezó a emitir su canto de sirena; un susurro tentador producido con el objetivo de engañar a los que caminaban por aquel sendero, ya que sonaba como lo que el corazón de las víctimas anhelaban más que nada en el mundo. El paje caería en su trampa. Estaba demasiado perdido como para no hacerlo. La madre mortaja agrupó a sus hijos que estaban en el claro, y arrastró cada silueta amorfa con ella para que se escondieran detrás de los árboles negros y retorcidos. Innumerables ojos blancos brillantes parpadearon entre las ramas, esperando para atacar.

Mancha se detuvo en el camino inclinado y agudizó el oído para prestar atención al ruido que provenía del claro. La ceniza en constante movimiento del desfiladero amortiguaba la mayoría de los sonidos, como si fuera una capa gruesa de plumas. La sabiduría popular del desfiladero resonaba en aquel silencio… Era un cuento en el que no había pensado desde hacía bastante tiempo: los que venían a vivir allí llevaban sus pecados con ellos, y se despojaban de ellos en aquellos árboles. La crueldad y no tener ningún sitio al que ir se transformaban en un musgo consciente que se escabullía por el suelo y descomponía cualquier cosa hermosa y salvaje hasta convertirla en ceniza.

¿Acaso ella había sido tan malvada en el pasado? ¿Lo bastante como para que alguien la hubiera dejado allí como si fuera un vil pecado? ¿O había sido hermosa antes de que la abandonaran en aquel terreno árido para que se pudriera?

Con la ausencia del sonido del viento, los pájaros, y el movimiento de los insectos, el silencio era ensordecedor. Había estado llamando a Quemadura mentalmente para llenar el vacío que sentía en su interior, pero no lo había logrado.

Antes de acabar allí, había estado buscándolo en los lugares que frecuentaban: el mercado por el que paseaban cuando todo el mundo había cerrado sus puestos (a Quemadura le fascinaban las costumbres y los objetos de los humanos, por mucho que tratara de negarlo); los lofts, donde las densas copas de los árboles alcanzaban una altura monolítica que permitía que el pegaso volara sin perturbar la ceniza que cubría el suelo; y la cantera de los charcos, donde se organizaban concursos para ver quién era capaz de huir con vida de los charcos más veces. Quemadura



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